Our college students, however, today expect, or at least nourish the hope, to live beyond that date [year 2000], and I predict that they will be the first generation to feel such strong concern for man’s future that they will discover means of effective action. This action may be less pleasant and rational than the corrective measures that we promote today, but thirty years from now, if present trends are any sign, mankind’s world, I judge, will be in greater immediate danger than it is today, and immediate corrective measures, if such exist…[1] – Charles D. Keeling 1969 (32)
En otra ocasión analizaremos por qué motivo entiendo especialmente inadecuada la expresión ‘consenso’ para las cuestiones científicas. Adelanto que el significado que tiene para la comunidad científica es bien distinto del ‘consenso de opinión’ o del ‘acuerdo transaccional’ con que se entiende en el lenguaje popular o político. En ciencia, se sobreentiende algo así como que ‘estamos de acuerdo en que no hay error’.
En la entrada ‘Ellos lo sabían’ demostré cómo, desde principios del siglo XX, el problema del cambio climático era conocido, y cómo Roger Revelle, junto a Charles D. Keeling, el científico con mayor prestigio de la época, ya había declarado sobre el asunto en el congreso de los Estados Unidos en 1961 (1) y el presidente Johnson había hecho lo propio en 1965 (2). Pero me detuve en los años 1970. Precisamente cuando se formó el primer consenso científico respecto de la ciencia del cambio climático.
A finales de los años 1970, en los Estados Unidos se realizó el primer informe tipo IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), a saber, un trabajo de recopilación y revisión suplementaria de todo el conocimiento existente hasta la fecha. Conocido familiarmente como el ‘Informe Charney’, muestra cómo existía ya un acuerdo general en que el dióxido de carbono ejerce una función similar a un invernadero, que la sensibilidad climática de la Tierra (a una duplicación de la concentración de dióxido de carbono) era de alrededor de 3 º C y que, a finales del siglo XX y principios del XXI, comenzarían a percibirse los primeros impactos ‘capaces de alterar nuestra civilización de forma sensible’ (3).
El secretismo científico-militar del elitista Comité Jason
Desde el final de la segunda guerra mundial, en Estados Unidos operó un selecto grupo de científicos, que podemos denominar ‘secreto’ o, como mínimo, ‘cerrado’, pues se entraba por estricta invitación y no se sabía, por lo menos de forma cierta, quiénes lo componían. La historiadora de la ciencia Naomí Oreskes lo denomina reclusive, o sea, poco dado a salir de casa (4). Lo cierto es que los Jason se reunían (y siguen reuniéndose) durante seis semanas al año, en verano, en algún lugar paradisíaco. Una auténtica élite. De los cerca de 100 miembros que llegó a tener el grupo a lo largo de los años, 11 fueron Premios Nobel y 43 formaron parte del Consejo de la National Academy of Sciences de los Estados Unidos. Eran libres para ‘pensar lo impensable’ (5). Cuando estaban juntos, se divertían de lo lindo discutiendo cuestiones científicas, de una forma poco comprensible para quien no conoce la especial idiosincrasia de esta gente.
Su misión es realizar informes y ofrecer consejo al Departamento de Defensa del gobierno de los Estados Unidos, al Pentágono, a la CIA y a la National Security Agency (6) (NSA, bien conocida por los sufridos lectores de Dan Brown), así como directamente a los presidentes de los Estados Unidos, si bien esta última misión se canaliza a través de un organismo más ‘oficial’ denominado President Scientific Advisor Committee[2] (PSAC), todavía más selecto y, presumiblemente, más influyente. El Jason era un producto directo de la guerra, caliente primero, y fría y caliente después, y estaba formado, en su mayoría, por físicos, en particular físicos nucleares, denominados ‘de altas energías’. Muchos habían participado en el ‘Proyecto Manhattan’, el que diseñó las bombas atómicas que fueron lanzadas en Hiroshima y Nagasaki.
Ciencia y tecnología para las guerras
Todo empezó cuando, al terminar la 2ª Guerra Mundial, estos científicos advirtieron que, dentro de la administración, en tiempos de paz, se cobraba muy poco. La asesoría científica se realizaba por la vía de la RAND Corporation y algunos comités, con personal universitario, que aconsejaban al Pentágono a través de los ‘contratos federales’. Entonces crearon el Institute for Defense Analysis[3] (IDA), organización ‘sin ánimo de lucro’ bajo la premisa ideológica de que la guerra fría se libraba, en realidad, en el terreno científico: el IDA sostuvo que la verdadera guerra se planteaba en términos de ciencia soviética contra ciencia occidental (americana, para ellos). De esta forma, podían obtener contratos directamente del Pentágono y, a la vez, decidir sus remuneraciones con entera libertad. Se habían pasado al sector privado, manteniendo sus cargos en el público (7).
El IDA, para favorecer un largo recorrido a sus actividades, y como respuesta al inicio de la carrera espacial que significó el lanzamiento por la Unión Soviética del primer satélite espacial, bautizado como Sputnik, creó en 1959 un grupo de jóvenes promesas. Éste, que a lo largo del tiempo llegaría a alcanzar unos 100 miembros, estaba formado por los recién licenciados más brillantes que quisieran ejercer esa forma de patriotismo.
A este grupo joven le llamaron Jason, recordando la mitología de Jasón y los Argonautas. Entre sus miembros, en diferentes momentos de su existencia, estaban Freeman Dyson, Murray Gell-Mann, Richard Garwin, Hans Bethe (6, 8), Wigner, Wheeler, Townes, Weinberg, and Montroll (9), Marvin (‘Murph’) Goldberger, Kenneth Watson, Will Happer, Richard Garwin and Sidney Drell (10), Gordon F.J. MacDonald (11). También por quienes, años más tarde, fueron los fundadores del George C. Marshall Institute: William Nierenberg y nuestro Frederick Seitz (12). No consta formalmente (o yo no lo he encontrado) que el primer director del Marshall, Robert Jastrow, lo fuera, pero todo apunta a que también pertenecía al exclusivo club. Richard Muller, Keith Brueckner, Walter Munk fueron otros de sus miembros (13).
Cuando Lyndon B. Johnson, que se presentó con un programa pacifista, quiso ganar por las bravas la guerra de Vietnam, ordenó un bombardeo imponente contra Vietnam del Norte, en la denominada Operación Rolling Thunder. Pero después de un año, el enemigo resistía. En 1966, gentes del Massachusets Institute of Technology (MIT) convencieron a McNamara, a la sazón secretario de defensa, para desarrollar mejor tecnología: visión nocturna, infiltración, sistemas de reconocimiento, y otras delicias militares, entre las que se encontraba… la modificación del clima con fines militares (13). El Pentágono, la CIA, el Departamento de Defensa y la Casa Blanca eligieron al Jason, ya maduro, y le dieron acceso a materiales clasificados. Sabemos todo esto por los famosos ‘papeles del Pentágono’ (14).
Años 70: el primer consenso frente a la Casa Blanca
Del Jason podríamos extendernos bastante más, incidiendo en particular en las preguntas que nos asaltan acerca de la ética científica. Pero importa aquí que el Jason recibió, en 1977, presumiblemente a través del Departamento de Energía[4], el encargo de informarle formalmente sobre la cuestión del cambio climático (15). Por entonces no se le llamaba calentamiento global, ni cambio climático. A diferencia de la modificación del clima a efectos militares, a la modificación por efecto del CO2 se la conocía por el eufemismo de ‘inadvertent climate modification’ (modificación involuntaria del clima) (16). Así pues, se les encargó esta misión con el objetivo de describir el cambio climático en términos de los ‘principios básicos, los equilibrios radiativos y los balances de energía’ (17).
Pero dos años antes de la intervención del Jason, uno de sus miembros (por lo menos) ya había trabajado en los estudios climáticos de la época. En 1964, Gordon F.J. MacDonald había señalado en una publicación de la National Academy of Sciences, de la que fue después miembro de su consejo, el problema de ‘la modificación involuntaria del clima… causada por la quema de combustibles fósiles’. (16). MacDonald pertenecía al President’s Science Advisory Committee[5] (PSAC) del presidente Johnson, y después de Richard Nixon (así que por entonces queda claro que la ciencia no había sido todavía artificialmente politizada, pues uno era demócrata y el otro republicano), y fue director del primer equipo del Council on Environmental Quality[6] (CEQ) creado por Nixon. Eran tiempos del embargo petrolífero de los países del Golfo: Nixon abogó por un mayor uso del carbón y Jimmy Carter por el desarrollo de los ‘synfuels’, ambos mucho más emisores de CO2 por unidad de energía generada que el propio petróleo. Distintos científicos, MacDonald incluido, mostraron su preocupación por las consecuencias a largo plazo (18).
Este último, en particular, ya se había dado cuenta de que algo no iba bien. Alrededor de 1970 algunos especulaban con que el planeta se enfriaba (pero sin actitud negacionista, y sólo porque en las últimas décadas el calentamiento parecía haberse detenido), pero él no estaba nada convencido. MacDonald recuerda que, en 1969, desde la MITRE Corporation, uno de los centros de excelencia tecnológica de los Estados Unidos, y financiado por el Departamento de Energía y la Oficina de Investigación sobre la Energía:
Llevé a cabo una serie de estudios… que me convencieron de que la base científica del efecto invernadero era robusta. (19)
Desde entonces hasta ahora, tal como funciona la ciencia, centenares o miles de equipos habrán realizado estos mismos análisis, y profundizado en ellos. Si hubieran encontrado algo raro ya se sabría sobradamente. Todo confirmaciones de la teoría, encajando con las medidas experimentales. Como para que ahora, cincuenta años después, todavía venga algún negacionista profesional por Internet solicitando ‘la prueba’.
Estos hallazgos llevaron, en 1977, a la Nacional Academy of Sciences a emitir un informe bajo el título de ‘Energy and Climate’. Miraban a finales del siglo XXII:
La relación entre un incremento del dióxido de carbono en la atmósfera y un cambio en la temperatura global sugiere un aumento en la temperatura media mundial de más de 6 ºC, con incrementos de la temperatura polar de hasta tres veces esta cifra. (20).
El director del NOAA, Robert White, había señalado que:
Ahora entendemos que los residuos industriales tales como el dióxido de carbono emitido durante la quema de combustibles fósiles puede tener consecuencias para el clima que plantean una amenaza considerable a la sociedad futura … Distintas experiencias … han demostrado las consecuencias de incluso modestas fluctuaciones en las condiciones climáticas [y] la urgencia del estudio del clima … Los problemas científicos son enormes, los tecnológicos, sin precedente, y los posibles impactos económicos y sociales, siniestros. (21)
El clima de los Jason
Como a pesar de todo de climatología sabían poco, los Jason pasaron unos días en el National Center for Atmospheric Research (NCAR) y, puesto que eran físicos, e inteligentes, recordaron algunas enseñanzas elementales relacionadas con el asunto y comprendieron sin dificultad ante qué se estaban enfrentado. Decidieron crear el primer modelo del sistema climático. Oficialmente el proyecto tenía un nombre extraño: Features of Energy-Budget Climate Models: An Example of Weather-Driven Climate Stability[7], ya ven que lo relacionaban con la energía. Pero acabaron llamándolo ‘El modelo Jason del mundo’ (22). Todo apunta a que esta tarea fue liderada por William Nierenberg y el propio MacDonald.
De hecho realizaron dos modelos. Uno, analítico, basado en los principios y fórmulas de la física. Otro, informático, necesariamente limitado para la época y que, por tanto, no podía contener entonces la formulación exacta del analítico. El segundo dio como resultado un incremento de la temperatura media de la Tierra de 2,8 ºC cuando se hubiera doblado la concentración de dióxido de carbono. El primero sólo 2,4 ºC, pero advirtiendo, a partir de la ‘amplificación polar’ descrita con detalle por los trabajos de Manabe y su gente, que el incremento en los polos sería entre 4 y 5 veces mayor (23).
En 1979 emitieron su informe bajo el código JSR-78-07, al que denominaron The Long Term Impact of Atmospheric Carbon Dioxide on Climate[8]. En perspectiva, es notable el acierto de sus predicciones (24). Naomí Oreskes nos describe su contenido:
Ya en la primera página los Jason predijeron que los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera se habrían duplicado respecto a los niveles preindustriales alrededor de 2035. Hoy se cree que esto ocurrirá en alrededor de 2050. Sugirieron que esta duplicación comportaría un incremento medio del calentamiento en todo el planeta de 2-3 ºC. De nuevo, esto es exactamente lo que se considera ahora. Advirtieron que las regiones polares podrían calentarse mucho más que el promedio, tal vez 10 ºC o 12 ºC. Esta predicción ya se ha convertido en una realidad (25).
Nada que no se supiera ya, por lo menos aproximadamente, desde 1931 (26, 27). Los Jason fueron bien claros:
Este hecho perturbará el clima … alterando las propiedades radiativas de la atmósfera … Una gran abundancia de estudios de diversos orígenes apuntan al consenso de que el clima cambiará como resultado de la combustión por el hombre de combustibles fósiles y los cambios en el uso de la tierra. (28)
Lo cierto es que por lo menos el informe de Jason llegó directamente a la Casa Blanca, que pareció mostrarse preocupada. Así como cuando a alguien se le diagnostica una enfermedad grave, los asesores científicos requirieron una ‘segunda opinión’, esta vez a lo que algunos tienen por el ‘tribunal supremo’ de la ciencia mundial: la National Academy of Sciences. Se dieron prisa: a finales de 1979, el resultado del encargo dio lugar al mencionado ‘Informe Charney’.
Hacia el primer consenso formal
Esta segunda opinión no incluía investigación propia alguna sino que, de forma análoga a lo que ocurrió nueve años después con la constitución del IPCC por Naciones Unidas, se trataba de una recopilación de trabajos ya válidos, que fueron de nuevo revisados, compilados e integrados. Tuvo en consideración todos los trabajos de simulación climática y estudios sobre el ciclo del carbono realizados a lo largo de la década, no sólo los realizados en los Estados Unidos. Confirmó todas las conclusiones a las que se había llegado en el informe Jason (entonces no había científicos negacionistas) y concluyó que:
Las predicciones de los cambios en el clima inducidos por el CO2 realizados con los distintos modelos examinados son básicamente consistentes y se apoyan mutuamente … Si la concentración de CO2 en la atmósfera se dobla de verdad … nuestra mejor estimación es que se producirá un incremento de la temperatura global del orden de 3 ºC. (29)
Usted se da entonces cuenta de que en 1979 había un acuerdo, entre todos lo científicos que sabían del asunto, sobre el hecho de que iba a ocurrir un cambio climático. Advirtieron sin ambajes que era muy preocupante:
La fuerte relación entre el bienestar humano y el régimen climático en el que ha evolucionado esta sociedad sugiere que estos cambios climáticos podrían acarrear profundos impactos en la sociedad (3).
Este fue, en realidad, el primer consenso científico. No puede decirse lo mismo antes de esa fecha, y no sólo porque no se hubiera realizado todavía un informe de este tipo. Se daba el caso de que, si bien se conocían los efectos del CO2 en el clima, existían dudas sobre la influencia del vapor de agua, que también es un gas de efecto invernadero.
Pero a mediados de los 1950 habían concluido que el vapor de agua no tenía influencia alguna en la intensidad global del efecto invernadero[9], y quedó el CO2 prácticamente solo (por entonces). Además, se desvaneció el breve desconcierto que comportó el estancamiento de la temperatura a mitad del siglo (y leve enfriamiento, que ahora se atribuye a los aerosoles emitidos por la quema de carbón). Así pues, a finales de los 70 nadie dudaba que, a finales del siglo XX, nos fuéramos a encontrar con un gran problema. Y ya entonces no estaba nada claro que, ahora, tuviera solución. Entonces sí la tenía.
Ya ven, estos científicos eran, como ahora algunos dicen, alarmistas. Exageraban sus resultados para conseguir más financiación, y se habían conjurado para falsearlo todo porque, sin ninguna duda, le tenían manía al petróleo y al carbón, y encontraron en esto la excusa para cambiar el mundo hacia el socialismo. Bueno, esto es lo que ahora sostienen los negacionistas organizados respecto a los científicos actuales. Por entonces, ningún problema, o casi ninguno[10]. Eran gente de confianza.
El Informe Charney tuvo en cuenta los trabajos realizados en la década de 1970, pero el asunto venía de más atrás. Hemos visto muchos ejemplos en la entrada ‘Ellos lo sabían’. Veamos algunos más:
En 1956, en una entrevista en la revista Time, Roger Revelle, el mejor científico del momento en el terreno climatológico, había declarado:
“Si la manta de CO2 provoca un incremento de temperatura de sólo uno o dos grados puede ponerse en marcha una cadena de efectos secundarios indeseables. A medida que el aire se hace más caliente también se calienta el agua del mar, y el CO2 ahí disuelto volverá a la atmósfera… posiblemente aumentando la temperatura lo suficiente como para derretir el hielo de la Antártida y Groenlandia, lo que inundaría las tierras costeras”. … El Dr. Revelle no ha llegado al punto de advertir de esta catástrofe, pero él y otros geofísicos siguen examinando y registrando los fenómenos. Durante el Año Geofísico Internacional (1957-58), equipos de científicos efectuarán el inventario del CO2 de la Tierra… Cuando todos los datos hayan sido estudiados, podrían estar en condiciones de predecir si las chimeneas de las fábricas y los escapes de los automóviles pueden algún día ser la causa de que el agua salada fluya por las calles de Nueva York y Londres. (30)
En diciembre de 1965, Roger Revelle y Charles David Keeling, que lideraban el Panel de Contaminación Ambiental del PSAC de la Casa Blanca, había informado al presidente Johnson:
“ … sobre el año 2000 habrá cerca del 25% más de CO2 en la atmósfera que en la actualidad … esto modificará el balance de calor de la atmósfera a un nivel tal que pueden ocurrir cambios importantes en el clima, no controlables mediante acciones locales e incluso nacionales. (31)
Charles David Keeling, el que inició las mediciones precisas de CO2 en la atmósfera en los años 1950, dijo y publicó en 1969 y 1970, respectivamente:
¿Se han dado ustedes cuenta de que ninguno de los planes generales se proyecta más allá del año 2000? Nuestros estudiantes, sin embargo, creen, o por lo menos alimentan la esperanza, de que vivirán más allá de esa fecha, y yo anuncio que será la primera generación que experimentará un grado de preocupación de tal calibre por el futuro de la humanidad que descubrirán formas eficaces de reaccionar. Estas acciones serán menos placenteras y racionales que las medidas correctoras que hoy podamos promover pero, de aquí a treinta años, si las tendencias actuales constituyen una señal, el mundo humano, estimo, se encontrará en un peligro mucho mayor e inmediato que el de ahora, y las medidas correctoras inmediatas, si existen, estarán más al alcance. Si la raza humana sobrevive al siglo XXI con el enorme incremento de la población que hoy parece inevitable, la gente que entonces viva, entre otros muchos problemas, puede encontrarse con la amenaza del cambio climático ocasionado por un crecimiento descontrolado del CO2 atmosférico procedente de los combustibles fósiles. (32)
De nuevo, Roger Revelle, en 1988:
Los científicos de todo el mundo han hecho sonar una alarma planetaria. Los Estados Unidos y otras naciones deben actuar ahora para disminuir la creciente acumulación de dióxido de carbono y otros gases de ‘efecto invernadero’ que pueden ser causa de un cambio climático a una escala y velocidad desconocidas en la historia… (33)
Tal vez, a pesar de las inmensas presiones recibidas, eso fue lo que llevó a George H. W. Bush a firmar la Declaración de Río, en 1992. Si bien debió asegurarse, previamente, de que el documento contenía suficiente liberalismo económico edulcorado con buenas intenciones medioambientales (34).
El Jason sigue hoy en activo, reuniéndose cada año en California. Apuesto lo que usted quiera a que entre ellos no hay ningún ‘escéptico’.
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Notas
[1] Nuestros estudiantes, sin embargo, creen, o por lo menos alimentan la esperanza, que vivirán más allá de esa fecha (año 2000), y yo anuncio que será la primera generación que experimentará un grado de preocupación de tal calibre por el futuro de la humanidad que descubrirán formas eficaces de reaccionar. Estas acciones serán menos placenteras y racionales que las medidas correctoras que hoy podamos promover pero, de aquí a treinta años, si las tendencias actuales constituyen una señal, el mundo humano, estimo, se encontrará en un peligro mucho mayor e inmediato que el de ahora, y las medidas correctoras inmediatas, si existen…
[2] Comité Científico Asesor del Presidente
[3] Instituto para el Análisis de la Defensa
[4] Las fuentes parecen aquí contradecirse, pues Ann Finkbeiner asegura que no aceptaban encargos y que sólo debatían lo que ellos decidían, mientras Oreskes menciona expresamente el origen del encargo
[5] Comité Asesor Científico del Presidente
[6] Consejo de Calidad Ambiental
[7] Prestaciones de los modelos climáticos con presupuesto de energía: un ejemplo de estabilidad climática inducida por el tiempo meteorológico
[8] El impacto en el clima a largo plazo del dióxido de carbono atmosférico
[9] El vapor de agua es un poderoso gas de efecto invernadero. Importa a nivel local, pero a nivel planetario la concentración media en la atmósfera se mantiene constante pues, cuando supera determinado valor, precipita, o sea, llueve.
[10] O casi ninguno. Tras sus declaraciones en el parlamento, Roger Revelle no pudo acceder al cargo de Rector de su Universidad, a lo que estaba destinado, debido, presumiblemente, a que esa elección dependía de Pauley, un magnate del petróleo (35) (se trata aquí de una especulación del autor)