«The contradictory statements of a tiny handful of discredited scientists, funded by big coal and big oil, represent a deliberate — and extremely reckless — campaign of deception and disinformation.» – Ross Gelbspan, Premio Pulitzer de periodismo
Cómo informar con rigor en materia de cambio climático: 1. Wording (4)
El escepticismo que nos invade
La revista Science, que está en segundo lugar, tras Nature, respecto a prestigio y credibilidad, publicó el pasado mes de marzo un artículo de Harry Collins, director del Centre for the Study of Knowledge Expertise Science de la Universidad de Cardiff. Su título: ‘No solo se vive de escepticismo‘ (44). Harris se refería al posmodernismo que nos invade –que hemos abordado aquí en alguna ocasión– que ha alcanzado tal intensidad que parece que ya no haya verdades indudables o, mejor dicho, que todo es dudable.
No entraré ahora en si esta corriente, que abarca al conjunto de la sociedad, es algo ‘natural’, un producto de la civilización que entre todos hemos organizado, o ha sido algo inducido, estimulado, planificado. Pero lo cierto, como señala Harris, es que los científicos ‘sociales’ abrazan un descreimiento hacia la ciencia que en ningún caso ésta se merece y que, en el mejor de los casos, revela desconocimiento.
Tal vez el concepto de ciencia, hasta hace pocas décadas un término de prestigio como pocos, haya sido objeto de abuso. El propio concepto de ‘ciencias sociales’ es dudoso. Hablar de ciencias de la información en lugar de periodismo, como se ha hecho, es menos evidente todavía, pues en todo caso esta disciplina abarcaría técnicas, no ciencia. Por su parte, la medicina, a caballo entre la ciencia y la técnica, en su mayoría presa de los laboratorios farmacéuticos, no parece un buen ejemplo de rigor, y supone el contacto más próximo con la ciencia para la mayoría de las personas.
Lo cierto es que en la sociedad se ha generado un escepticismo generalizado respecto a los avances científicos, un escepticismo que, cuando los resultados no satisfacen los intereses o no encajan en los esquemas de valores de algunas personas u organizaciones, viene muy bien para arremeter contra la mismísima ciencia y sus profesionales, los científicos, con el fin de condicionar la actividad legislativa en la defensa de estos intereses o valores. Es entonces cuando aparecen los negacionistas, y el círculo se realimenta. Pero antes de entrar en su terreno veamos qué función tiene el escepticismo dentro del propio proceso científico.
El escepticismo, inherente a la ciencia
Por definición, todo científico es un escéptico. Yo lo he vivido en primera persona y lo he visto en mis compañeros de profesión. Tuve una beca para hacer el doctorado que tuve que abandonar a medio camino por razones familiares (de lo que me he arrepentido muchas veces).
Los científicos, entre ellos, suelen ponerlo todo en duda, salvo aquello que está bien establecido y que se ha convertido ya en una verdad comúnmente aceptada, conocida y que no requiere explicación. Cuando en una investigación se produce un resultado sorprendente, la primera reacción de un científico es ponerlo en duda. Es, de hecho, un automatismo. Revisa de nuevo medidas, procedimientos, código informático, matemáticas, cálculos… Lo deja reposar. Consulta a compañeros.
Supongamos que lo encuentra todo correcto una y otra vez. Que el trabajo tiene interés. Intenta entonces publicarlo en una de las revistas del circuito académico, para lo cual debe pasar por el filtro de los referees (revisores) en el proceso denominado peer-review, una especie de control de calidad previo a la emisión del producto científico.
Para los revisores, un control exhaustivo de la corrección del trabajo supondría la replicación del mismo por parte de éstos, lo cual es raramente posible por razón de tiempo y de recursos. En todo caso estos referees, si han hecho bien su trabajo (suelen ser los mejores de cada campo), han comenzado con escepticismo hacia la tesis del paper que examinan. A ver, a ver, que esto es muy raro. ¿Habrá tenido en cuenta esto? Si, lo ha tenido en cuenta. ¿Y esto otro? No lo dice. Luego le voy a pedir que lo explique, porque no lo veo claro.
Así, el artículo vuelve a manos del autor o autores con una nota del revisor señalando, por lo general de forma amable, el motivo del escepticismo. Por favor, que yo lo vea claro del todo que si no no me puedo creer sus conclusiones.
Entonces pueden ocurrir por lo menos dos cosas. Una, que haya sido producto de algo que el autor daba por sobreentendido y el revisor no, y quiere que lo explicite. Lo hace y en paz. Otra, que el autor diga ¡hostia! La he pifiado.
En el primer caso, que puede suponer varios viajes de ida y vuelta con uno o varios revisores, si quedan convencidos de que lo más seguro es que no haya error y de que se cuenta todo lo que hay que contar, el artículo será finalmente publicado.
¿Significa esto que es seguro que no hay error? No. Lo que significa es que los revisores no han encontrado error. Puede haber ocurrido que los revisores no hayan sido todo lo diligentes que debieran, por razones de tiempo o cualquier otra causa. La condición de revisor no es una tarea remunerada. Pero serlo es un honor, tanto más alto cuanto más prestigio (mayor ‘factor de impacto’) tenga la publicación. Cuando se hace a conciencia, es una tarea muy exigente.
Cuando el artículo aparece por fin publicado (ahora se publica antes en Internet bajo la rúbrica ‘Online First’), todos los demás científicos del mundo que trabajan en ese campo particular lo verán y, casi todos ellos, lo leerán entero. Si el resultado es, como estamos suponiendo, sorprendente, se les disparará el resorte escéptico. ‘Esto es muy raro’. Tarde o temprano, según la importancia del asunto, alguien intentará replicar el trabajo, o llegar a la misma conclusión por otro camino.
No me alargo más. Al final aquello quedará validado, refutado o matizado. La ciencia avanza así, por acumulación de conocimiento. Cuando Roger Revelle y Hans Suess vieron, en 1956, que los océanos absorbían parte del dióxido de carbono en exceso y predijeron que cada vez absorberían menos, sin duda fueron muy escépticos respecto a esa conclusión y, antes y después de publicarla, debieron sufrir no ya su propio escepticismo, sino el de sus compañeros. Si hubieran estado equivocados, a estas alturas se sabría sobradamente pues, al intentar otros científicos avanzar nuevo conocimiento sobre una base falsa, se hubiera acabado chocando contra la realidad y, al examinar la causa, se hubiera llegado allí. El proceso de avance científico tiene trazabilidad intrínseca.
El escepticismo, pues, forma parte, no tanto del método científico en si, sino del proceso de avance de la ciencia. Pero de todo científico que se precie se espera que, aún habiéndose mostrado todo lo escéptico que hubiera querido, corrija su posición cuando es enfrentado a la evidencia de que no hay error, de que la inferencia lleva siempre a la misma conclusión o de que se encuentra frente a la mejor explicación del fenómeno. Esto, como le digo, es el ‘pan de cada día’ en la actividad profesional de investigación, cuando las cosas se hacen bien.
Sin embargo, hay ocasiones en que esto no ocurre. Hay ocasiones en que, ni frente a la evidencia, se reconoce que antes se estaba equivocado. Puede ser testarudez, pero esta cualidad, a menudo útil, llega un momento en que deja de ser una posición razonable. Lo interesante es que esta posición testaruda se da, casi exclusivamente, en temas sensibles, política o socialmente sensibles, o personalmente sensibles para el testarudo. Lo curioso, digamos, es que se produce siempre en los temas que tienen que ver con la problemática del medio ambiente, la sexualidad o que apuntan directamente a la reconsideración de valores o prejuicios de índole religiosa. También puede ser por dinero.
El negacionismo climático
Yo no creo que siempre sea por dinero, pues intuyo que en muchas ocasiones estos testarudos no es que sean escépticos porque cobran de intereses concretos, sino que cobran de esos intereses por haber sido escépticos en alguna ocasión – y eso es una forma de mantenerles más tiempo en esa posición. Pero este es otro tema que estoy preparando (45).
Lo cierto es que hay un grupo de científicos que, contrariamente a lo que se suele decir, no son pocos y que, en relación al cambio climático, mantienen una posición escéptica contra viento y marea. Son los que llamamos negacionistas.
De nuevo –como es el leit-motiv de esta serie de entregas- nos encontramos con la dificultad de traducir del inglés el término ‘deniers and delayers’. No me gusta llamarles negacionistas, por dos razones. Una es que no se encuentra en el diccionario. La otra es que tiene connotaciones muy funestas, pues el término se acuñó en relación a los irreductibles nacionalsocialistas que negaban, y algunos siguen negando, el holocausto (46). Contra toda evidencia.
Pero yo no encuentro otra mejor. Si, como en inglés, pudiéramos complementarlo con lo de ‘delayers’ (retardadores, se entiende que de la solución), este vocablo adicional parece suavizar el primero y lo de negacionistas pierde, por lo menos en parte, su sentido más fúnebre.
Alguien puede argüir que las consecuencias de retrasar la necesaria respuesta al desafío climático se miden en vidas humanas, y tendrá razón. Que cuanto más se tarde en enfrentarnos con la cruda verdad más vidas se van a perder y que, si fuera cierto que ya hemos atravesado el punto de no retorno, el resultado sería mucho peor que centenares de holocaustos. Y tendrá razón. Tal vez algún día tengan merecido este apelativo y algunos mucho peores. Pero, hoy por hoy, yo no me siento cómodo con él y preferiría otro que no soy capaz de hallar. ‘Incrédulos’ podría valer, pero está más cerca de escépticos y no refleja la realidad y, en cambio, Wikipedia define Denialism (negacionismo) de la siguiente forma:
‘Negacionismo’ es el rechazo a aceptar una realidad empíricamente verificable. El negacionismo es una forma de propaganda que abarca gran variedad de actividades. Puede ser tan simple como un grupo de individuos enviando cartas de disensión, o tan elaborada como oscuras campañas de propaganda realizadas por agencias de publicidad y de marketing (47)
Y eso es exactamente lo que les ocurre a estos irreductibles personajes: se encuentran mucho más cercanos a la propaganda que a la evidencia. De hecho, muchos de ellos son clientes habituales, directos o por vía interpuesta, de las agencias de PR.
El problema de los negacionistas no son los argumentos que plantean, y que han sido refutados una y mil veces, por activa y por pasiva, y que ellos insisten en repetir en aquellos foros donde no encuentran oposición suficiente (medios de comunicación, conferencias frente a personas sin la formación pertinente, etc.), sino 1) El tiempo que hacen perder a los científicos serios refutando permanentemente sus cada vez más sofisticadas falsedades y que lo detraen de mejorar nuestro conocimiento del sistema climático, y 2) El tiempo que hacen perder a la humanidad en general, un tiempo que sabemos precioso.
Un escéptico reconvertido y un negacionista testarudo
La revista de divulgación científica Scientific American cuenta entre sus colaboradores con Michael Shermer, un interesante personaje cuya condición escéptica es indicada en la propia sección de la publicación. En uno de sus artículos, bajo el elocuente título de ‘The Flipping Point’, escribió, en 2006:
“Como estudiante durante los años 70, aprendí (y creí) que alrededor de los 90 la sobrepoblación comportaría hambrunas mundiales y el agotamiento de minerales, metales y petróleo, predicciones que han fallado estrepitosamente… En cambio, la evidencia acerca del calentamiento global antropogénico ha conducido a este escéptico medioambiental a un cambio cognitivo. Reducir las emisiones de CO2 en un 70% en 2050 no será suficiente… Debido a la complejidad del problema, el escepticismo medioambiental fue en su momento defendible. Ya no. Es el momento de cambiar del escepticismo al activismo.” (48)
Este hombre, cuya mente científica queda fuera de toda duda con sólo visitar su ‘escéptica’ web, mantuvo, por razones personales, un escepticismo durante más tiempo del que era razonable. Sin embargo, un día la carga de la evidencia le abrumó, y no tuvo reparo en publicar su cambio de actitud. A ningún científico extrañó este cambio pues, en ese mundo, las posiciones erróneas son relativamente poco importantes de cara a la consideración profesional, y se valora singularmente ser capaz de modificarlas cuando la evidencia se hace patente.
Un caso paradigmático de todo lo contrario, y muy reciente, es nuestro conocido Richard Lindzen, conocido porque La Vanguardia le ha permitido ventear sus falsedades en el penúltimo número de Vanguardia Dossier (49) y cuyas alucinantes afirmaciones hasta yo me atreví a contestar y detallé en una de las primeras entradas de este blog, que fue seguido de un segundo análisis comunicativo (50).
El pasado otoño, Lindzen y su discípulo Choi publicaron un trabajo en la prestigiosa revista Geophysical Research Letters. En base a las observaciones del satélite ERBE llegaban a la conclusión de que el incremento de la temperatura media de la Tierra, en caso de duplicarse la concentración de gases forzadores del clima en la atmósfera (lo que se ha dado en denominar sensibilidad climática), es mucho menor de lo que hasta ahora se creía, lo que podía interpretarse como un ‘tranquilos, no pasa nada’ (51).
A este hombre ya le conocen. Todos los trabajos relacionados con la sensibilidad climática desde finales del siglo XIX indican que este valor se encuentra alrededor de los 3 ºC (52, 53, 54), y las últimas investigaciones apuntan a valores todavía mayores (55, 56). Así que directamente muchos fueron escépticos por partida doble (la natural y la forzada por la historia de Richard), encontraron los fallos y acaban de publicarlos en la misma revista (57).
Andre C. Revkin, el que fuera hasta diciembre periodista medioambiental del New York Times (que ha abandonado por voluntad propia, presumiblemente por la presión de los anunciantes, aunque sigue con su blog Dot Earth), preguntó a Kevin Trenberth, el primer firmante del artículo de refutación, qué resultado daría el estudio de Lindzen si no contuviera errores. Dijo que, sin uno de ellos, saldrían 1,5 ºF en lugar de los 0,9 que Lindzen anunciaba. Pero corrigiendo otro error, saldrían 4,1 ºF, lo que está en consonancia con los 3 ºC habituales. Además, Trenberth indicó que el estudio original estaba limitado a las zonas tropicales y que, de haber sido general, el resultado sería todavía mayor, de acuerdo pues con el conocimiento más reciente (58). Joseph Romm llama a Lindzen ‘consistente’. Consiste en estar siempre equivocado (59). La respuesta de Trenberth, del National Center for Atmospheric Research, dice textualmente:
«Como aquí se demuestra, el enfoque de [Lindzen y Choi 2009] está equivocado, y sus resultados son gravemente erróneos. La elección de fechas ha distorsionado sus resultados y subrayan la naturaleza defectuosa de su análisis.» (60)
Se da además el caso de que el trabajo ‘fundamentally flawed’ de Lindzen no mencionaba un estudio anterior, de 2006, que llegaba a conclusiones bien distintas a las suyas y, por lo demás, coherentes con todo lo conocido. Él sabrá por qué no lo hizo, pues es difícil alegar desconocimiento cuando el 4º informe del IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) lo nombra explícitamente (61). Los revisores también sabrán por qué no le indicaron, por lo menos, tan flagrante ausencia. Lo dicho: el requerimiento de peer-review, o revisión previa por expertos, de las publicaciones científicas, es un elemento necesario para poder otorgar confianza de principio a un resultado pero, desde luego, no es suficiente (62).
De modo que Lindzen no fue todo lo escéptico que cabría esperar de persona que ha llegado tan alto como a director de meteorología del Massachusets Institue of Technology. ¿Es ‘escéptico’ de los demás pero no de si mismo? No parece probable, aunque el subconsciente religioso a veces juega malas pasadas.
Es más fácil que hubiera aplicado la técnica más habitual de los científicos negacionistas: el razonamiento inverso. Es decir, organizarse para llegar a la conclusión que quiero, a ver si cuela. En este caso, según parece, uno de los ‘trucos’ consistió en elegir las fechas a medida del resultado.
Saben bien que cuela hasta cierto punto. Al igual que con su invento del ‘efecto iris’, ya refutado desde 2001, ahora Lindzen y sus corifeos mediáticos, sobretodo los de Internet, repetirán los datos erróneos hasta la saciedad, vomitando el artículo ‘flawed’, pero obviando su refutación.
Habrá aprendido, o consolidado, esta técnica, en el George C. Marshall Institute. Según parece, allí se practica con toda naturalidad. Nos lo cuenta Matthew B. Crawford, que fue director ejecutivo, de 2001 a 2009, de este think tank (63), uno de los más influyentes y que ya hemos tratado aquí:
En la primavera de 2001 aterricé como director ejecutivo de una organización política de Washington. Fue un golpe maestro. Pero tan pronto asumí el nuevo puesto aparecieron algunas perversiones. En ocasiones me exigían razonar hacia atrás, desde una conclusión deseada hacia una premisa aceptable. La organización había tomado ciertas posiciones, y había algunos hechos que resultaban más agradables que otros. En tanto que su personaje público estuve realizando afirmaciones que yo mismo no me creía del todo. Además, mi jefe parecía intentar reeducarme de acuerdo a cierto estilo cognitivo – el del mundo de la empresa, del que él procedía. Este estilo exigía que yo proyectara una imagen de racionalidad pero no permitirme demasiado razonamiento real. Tan pronto me senté en mi oficina de la calle K, la vida de Fred, como hombre de negocios independiente, me ofreció una imagen que yo asumí: la de alguien que realmente sabe lo que está haciendo, realizando un trabajo generalmente útil y con cierta integridad. Él parecía además divertirse mucho con ello (64).
A priori, no tendría por qué tener importancia que la mayoría de estos negacionistas sean, o bien de ideología ultraliberal en lo económico, o bien fundamentalistas cristianos en lo religioso (65). La ciencia, su método y su proceso de avance, es precisamente el invento humano que permite salvar toda subjetividad. Pero ya iremos viendo cómo, a algunas personas, que representan una minoría pero no muy pequeña, esta subjetividad les puede. Les atenaza. Les vence.
¿Distorsión del proceso?
La presencia de estos personajes en la vida científica del cambio climático es perniciosa, y no sólo por hacer perder el tiempo (y los nervios) a los profesionales serios y por promover un estado de opinión pública que no empuja lo que sería necesario hacia las respuestas adecuadas. También produce, si no distorsión, si cierta alteración del proceso de avance científico. Porque ¿dónde están ahora los ‘escépticos’ reales capaces de poner en duda un trabajo que esté en la línea de lo bien establecido, pero que pueda tener inexactitudes internas, o ser incluso erróneo a pesar de concluir con resultados acordes con lo esperable? De no detectarse ese error, la metodología podría ser usada en otros trabajos y, si, acabaría evidenciándose, pero ahora vamos contra reloj y no tenemos tiempo para equivocarnos. Nos lo podemos permitir en egiptología, pero no en climatología. Nos va la vida en ello.
Hemos visto un ejemplo de científico negacionista empleando, presumiblemente, razonamiento inverso, pero podríamos poner bastantes más (y los pondremos). Pero cuesta saber si alguien como Hans von Storch, que trabaja en Alemania con el español Eduardo Zorita, es un negacionista o un escéptico. Sus advertencias acerca de los registros paleoclimáticos y ciertos métodos estadísticos respecto a los climas del pasado han sido, también, refutados, pero, en este caso particular, no es seguro que se haya dicho la última palabra a la vista del debate que tuvo lugar en Science (66, 67, 68). Fueron respondidos por Stefan Rahmstorf en la misma sede (69), y hasta intervino la Royal Society británica (70), el organismo científico de mayor prestigio mundial junto a la National Academy of Sciences de los Estados Unidos. Pero habría que ser un auténtico especialista para poder opinar con fundamento. En todo caso, aún considerando estas advertencias, nada sustancial cambiaría con respecto al clima proyectado hacia el futuro.
Lo cierto es que von Storch no pasa los filtros, emplea la misma excusa de mal estudiante de que le tienen manía y de que hay un cártel que le bloquea el paso y, recientemente, en ocasión de la cumbre de Copenhague, ha abrazado incluso el libro de estilo del negacionismo, con sus historias de Climategate incluidas (71). Tengo la convicción de que él sabe que la historia de los mails no significa nada, pero ya hace como que si, y eso le resta la credibilidad que, otrora, se le podría suponer.
Lo lamento por Eduardo Zorita, uno de los pocos españoles con cierta proyección internacional en nuestro campo.
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¡Chapo!
Hacemos trabajos distintos pero tus aportaciones son muy interesantes, mis artículos suelen ser más reducidos y no suelo rebatir al los «contrarians» ni sus argumentos, aunque habitualmente leo todos los post de Realclimate, Climate Progress, DeSmogBlog y he comparado y leido su libro, etc..
si lo crees oportuno podemos colaborar. Mi blog recibe anualmente unas 800.000 visitas y estas invitado a participar en él.
Un abrazo y enhorabuena por un buen trabajo
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Muchas gracias José. Yo me dedico ahora a los negacionistas, aunque mi pretensión es tratar otros temas más adelante.
También aprecio tu trabajo en gran medida. Tu también estás invitado aquí cuando quieras. Seguimos en contacto.
Un fuerte abrazo.
Ferran
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Estoy echando un vistazo a tu blog y me gusta Ya era hora de que alguien escribiera cosas como estas. En poco tiempo se te va a llenar de cabezas huecas chillando. Espero y deseo de corazón que estés preparado para soportarles.
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Hola Jon,
Algun envite ya he tenido que lidiar. Sin duda me esperan más. Creo que estoy preparado, pero en todo caso cuento contigo y otros lectores por si acaso.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo,
Ferran
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Hola
Bueno, creo que el termino esta correcto, «Negacionista», por el hecho de que aunque les enrostres verdades en la cara lo seguiran negando.
O de ultima te dicen que te lavaron el cerebro o estas siendo manipulado por poderes desconocidos que inventaron todo el cuento del calentamiento global… vamos que son un chiste.
Yo con negacionistas no discuto, porque es perder el tiempo.
Creo tambien que ser negacionista es una nueva religion.
No creen en el Sida
No creen en el calentamiento global.
Creen que las Vacunas son hechas por una oscura organizacion.
Creen que el Haarp genera terremotos.
Creen que existe el NWO, un uscuro organismo que quiere exterminar por motivos desconocidos a la mayoria de los seres humanos.
Siempre un negacionista del cambio climatico cree ademas en toda una mezcla de cosas, y algunas se contradicen entre ellas… una verdadera imbecilidad
Saludos!
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Hola Carlos, creo que mezclas churras con merinas; confundes a los que denominan «conspiranoicos» (y no entro a valorar las diferentes tesis en las que fundamentan sus afirmaciones de los más variados temas) con los negacionistas, que vendrían a ser una especie de fundamentalistas pseudo-escépticos, frecuentemente divulgadores científicos y/o científicos a sueldo del mejor postor. Lo penoso de estos últimos es la sensación que producen en el común de los mortales de que cualquier hecho científico debidamente torturado te da la respuesta que quieres oír… Espero haber contribuido a desmadejar tu confusión.
Por cierto Ferrán, enhorabuena y gracias por tu esclarecedor, entretenido, bien fundamentado, bien informado, bien redactado y expuesto blog.
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Gracias por tus palabras, Asclepio.
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